miércoles, 30 de mayo de 2012

Programa Radio: Las moradas del castillo interior

En el programa "Páginas Carmelitanas" (martes 3 p.m. hora de Centroamérica) de la Radio OCD, Fray Cristian Chacón OCD, hace la lectura y explicaciones breves del libro de Santa Teresa de Ávila, "Las moradas del castillo interior".  Compartirmos, el programa de las Primeras moradas, capítulo 2.  A partir del minuto 26 se empieza a leer el número 8 y ss, sobre la libertad de espíritu y el conocimiento propio.  

Santa Teresa de Ávila
Fundadora de la Orden del Carmelo Descalzo
España. (1515 -1582)

A los dieciocho años, entra en el Carmelo. A los cuarenta y cinco años, para responder a las gracias extraordinarias del Señor, emprende una nueva vida cuya divisa será: «O sufrir o morir». Es entonces cuando funda el convento de San José de Ávila, primero de los quince Carmelos que establecerá en España. Con san Juan de la Cruz, introdujo la gran reforma carmelitana. Sus escritos son un modelo seguro en los caminos de la plegaria y de la perfección. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.


El texto que se estudia es el siguiente, Las Moradas, Cap 2:

"8. Pues tornemos ahora a nuestro castillo de muchas moradas. No habéis de entender estas moradas una en pos de otra, como cosa en hilada, sino poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el rey, y considerar como un palmito, que para llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas que todo lo sabroso cercan. Así acá, enrededor de esta pieza están muchas, y encima lo mismo.


Porque las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza, pues no le levantan nada, que capaz es de mucho más que podremos considerar, y a todas partes de ella se comunica este sol que está en este palacio.


Esto importa mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha, que no la arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas, arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se estruje en estar mucho tiempo en una pieza sola.


¡Oh que si es en el propio conocimiento! Que con cuán necesario es esto (miren que me entiendan), aun a las que las tiene el Señor en la misma morada que El está, que jamás ­por encumbrada que esté­ le cumple otra cosa ni podrá aunque quiera; que la humildad siempre labra como la abeja en la colmena la miel, que sin esto todo va perdido.

Mas consideremos que la abeja no deja de salir a volar para traer flores; así el alma en el propio conocimiento, créame y vuele algunas veces a considerar la grandeza y majestad de su Dios. Aquí hallará su bajeza mejor que en sí misma, y más libre de las sabandijas adonde entran en las primeras piezas, que es el propio conocimiento; que aunque, como digo, es harta misericordia de Dios que se ejercite en esto, tanto es lo de más como lo de menos ­suelen decir­. Y créanme, que con la virtud de Dios obraremos muy mejor virtud que muy atadas a nuestra tierra.

9. No sé si queda dado bien a entender, porque es cosa tan importante este conocernos que no querría en ello hubiese jamás relajación, por subidas que estéis en los cielos; pues mientras estamos en esta tierra no hay cosa que más nos importe que la humildad.

Y así torno a decir que es muy bueno y muy rebueno tratar de entrar primero en el aposento adonde se trata de esto, que volar a los demás; porque éste es el camino, y si podemos ir por lo seguro y llano, ¿para qué hemos de querer alas para volar?; mas que busque cómo aprovechar más en esto; y a mi parecer jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes.

10. Hay dos ganancias de esto: la primera, está claro que parece una cosa blanca muy más blanca cabe la negra, y al contrario la negra cabe la blanca; la segunda es, porque nuestro entendimiento y voluntad se hace más noble y más aparejado para todo bien tratando a vueltas de sí con Dios; y si nunca salimos de nuestro cieno de miserias, es mucho inconveniente.

Así como decíamos de los que están en pecado mortal cuán negras y de mal olor son sus corrientes, así acá (aunque no son como aquéllas, Dios nos libre, que esto es comparación), metidos siempre en la miseria de nuestra tierra, nunca la corriente saldrá de cieno de temores, de pusilanimidad y cobardía: de mirar si me miran, no me miran; si, yendo por este camino, me sucederá mal; si osaré comenzar aquella obra, si será soberbia; si es bien que una persona tan miserable trate de cosa tan alta como la oración; si me tendrán por mejor si no voy por el camino de todos; que no son buenos los extremos, aunque sea en virtud; que, como soy tan pecadora, será caer de más alto; quizá no iré adelante y haré daño a los buenos; que una como yo no ha menester particularidades.

11. ¡Oh válgame Dios, hijas, qué de almas debe el demonio de haber hecho perder mucho por aquí! Que todo esto les parece humildad, y otras muchas cosas que pudiera decir, y viene de no acabar de entendernos; tuerce el propio conocimiento y, si nunca salimos de nosotros mismos, no me espanto, que esto y más se puede temer.

Por eso digo, hijas, que pongamos los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí deprenderemos la verdadera humildad, y en sus santos, y ennoblecerse ha el entendimiento ­como he dicho­ y no hará el propio conocimiento ratero y cobarde; que, aunque ésta es la primera morada, es muy rica y de tan gran precio, que si se descabulle de las sabandijas de ella, no se quedará sin pasar adelante.

Terribles son los ardides y mañas del demonio para que las almas no se conozcan ni entiendan sus caminos.

12. De estas moradas primeras podré yo dar muy buenas señas de experiencia. Por eso digo que no consideren pocas piezas, sino un millón; porque de muchas maneras entran almas aquí, unas y otras con buena intención.

Mas, como el demonio siempre la tiene tan mala, debe tener en cada una muchas legiones de demonios para combatir que no pasen de unas a otras y, como la pobre alma no lo entiende, por mil maneras nos hace trampantojos, lo que no puede tanto a las que están más cerca de donde está el rey, que aquí, como aún se están embebidas en el mundo y engolfadas en sus contentos y desvanecidas en sus honras y pretensiones, no tienen la fuerza los vasallos del alma (que son los sentidos y potencias) que Dios les dio de su natural, y fácilmente estas almas son vencidas, aunque anden con deseos de no ofender a Dios, y hagan buenas obras.

Las que se vieren en este estado han menester acudir a menudo, como pudieren, a Su Majestad, tomar a su bendita Madre por intercesora, y a sus Santos, para que ellos peleen por ellas, que sus criados poca fuerza tienen para se defender.

A la verdad, en todos estados es menester que nos venga de Dios. Su Majestad nos la dé por su misericordia, amén.

13. ¡Qué miserable es la vida en que vivimos! Porque en otra parte dije mucho del daño que nos hace, hijas, no entender bien esto de la humildad y propio conocimiento, no os digo más aquí, aunque es lo que más nos importa y aun plega al Señor haya dicho algo que os aproveche.

lunes, 20 de febrero de 2012

Libro: San Francisco Javier, itinerario místico del apóstol - Sentimiento de la propia miseria

Del libro San Francisco Javier: itinerario místico del apóstol del Padre Xavier León-Dufour S.J., la primera parte (Su despertar a la confianza), sección 4 (En el secreto de la noche), transcribimos el texto que nos interesa, el contenido de: "Sentimiento de la propia miseria".  En este libro el autor esboza la vida de San Francisco Javier, a partir de sus cartas y las de sus hermanos de la Compañía.  

Xavier León-Dufour, S.J.
Francia (1912-2007)

Eminente teólogo y biblista, el Padre Léon-Dufour es el autor de más de 20 libros y numerosos artículos. Su Diccionario de Teología Bíblica ha sido traducido a 22 lenguas. También su autobiografía – Un biblista busca a Dios- fue grandemente apreciada y difundida.





Sentimiento de la propia miseria

Contemplación y vigilancia convergen, pues, hacia la humildad, fruto espontáneo del conocimiento de Dios y de sí mismo: Noverim Te, noverim me! Al sentiemiento de la nada de la criatura se agrega el de la miseria del pecado. Al comprobar el apóstol los obstáculos que sin interrupción pone de su parte a la manifestación del Señor, comprende que él es, sí, una epifanía de Cristo; pero una epifanía continuamente velada por su pecado.

Parece útil, antes de describir cómo fue puesta a prueba la confianza de Javier y precisamente para iluminar su trayectoria, agrupar los principales textos que ponen de manifiesto en él una continua profundización en el sentimiento de la propia miseria. 

En una de sus primeras cartas, dirigida a su primo el doctor Navarro se lee ya una confesión clara:

Y conosciendo mi flaqueza, y esto por la bondad divina, cuán inútil soy para todo; después de haber tenido algún conocimiento de mí, o a lo menos una sombra de él, procuraré poner toda mi esperanza y confianza en Dios, viendo que yo a ninguno doy la debida recompensa; y esto me consuela grandemente, que Dios es poderoso para dar por mí al alma de v. merced y a otras semejantes, grandísima remuneración y premio (28 de setiembre de 1540).

La humildad es el fundamento de la confianza apostólica. Es importante notar que semejante sentimiento no tiene nada que ver con la melancolía que se manifiesta, por ejemplo, en las cartas de Lancillotto. Éste es un hombre que está siempre gimiendo por las limitaciones suyas y ajenas y se encuentra atormentado por los escrúpulos; esta tendencia no agrada en modo alguno a Ignacio, quien le responde por su secretario: "¡Que la unción del Espíritu Santo os enseñe en toda cosa!". Las vacilaciones, la ansiedad misma, no están prohibidas, pero todas ellas han de quedar apaciguadas en la oración al contacto con el Espíritu Santo. 

Notemos, en descargo de Lancillotto, que trabajaba con ardor, a pesar de la tisis que había hecho presa en él. Sólo que sus lamentaciones tienen el dejo de su temperamento atrabiliario. Javier en cambio no tenía ese temperamento: sus protestas de humildad y miseria han de tomarse en serio.

Mientras está invernando en Mozambique escribe:

Por amor de Nuestro Señor os rogamos todos que en vuestras oraciones y en vuestros sacrificios tengáis especial memoria de rogar a Dios por nosotros, pues nos conoscéis y sabéis de cuán bajo metal somos.

Insiste todavía, mostrando claramente la experiencia que tiene de su propia miseria:

Una de las cosas que nos da mucha consolación y esperanza muy crecida, que Dios Nuestro Señor nos ha de hacer merced, es un eterno conoscimiento que de nosotros tenemos, que todas las cosas necesarias para un oficio de manifestar la fe de Jesucristo, vemos que nos faltan; y siendo así que lo que hacemos sólo es por servir a Dios Nuestro Señor, créscenos siempre esperanza y confianza, que Dios Nuestro Señor para su servicio y gloria nos ha de dar abundantísimamente en su tiempo todo lo necesario. (1 enero de 1542).

El Señor actúa en el apóstol que reconoce plenamente que todo bien procede de Dios. Francisco lo repite algunos meses más tarde:

Placerá a Dios Nuestro Señor que con el favor y ayuda de vuestras devotas oraciones, no mirando Dios N.S. a mis infinitos pecados, que me ha de dar su santísima gracia para que acá en estas partes mucho le sirva.

Después de haber recordado las fatigas y los goces de su apostolado y de haber pedido consejo sobre la conducta que ha de seguir, termina con una súplica que brota de lo más hondo del abismo de su nada:

En este medio, por los méritos de la santa Madre Iglesia, en quien yo mi esperanza tengo, cuyos miembros vivos vosotros sois, confío en Cristo Nuestro Señor que me ha de oír y conceder esta gracia, que use deste inútil instrumento mío, para plantar su fe entre gentiles; porque sirviéndose su Majestad de mí, gran confusión sería para los que son para mucho y acrecetamiento de fuerzas para los que son pusilánimes; y viendo que siendo yo polvo y ceniza, y aun esto de los más ruin, que presto para ser testigo de vista de la necesidad que acá hay de operarios, cuyo siervo perpetuo sería de todos aquellos que a estas partes quisieren venir, para trabajar en la amplísima viña del Señor (20 de septiembre de 1542).

El sentimiento de la propia miseria no hace al hombre replegarse sobre sí mismo; le hace más bien abrirse a otros y se transforma en demanda de ayuda: este sentimineto no paraliza las propias fuerzas, antes al contrario las centuplica con las de Dios y las de la Iglesia. Francisco, después de la Misión en la costa de la Pesquería, parece experimentar con mayor fuerza este sentimiento:

Háceme Dios tanta merced, por vuestras oraciones y memoria continua que de mi tenéis en encomendarme a Él, que en vuestra ausencia corporal conozco a Dios Nuestro Señor, por vuestro favor y ayuda, darme a sentir mi inifinita multitud de pecados y darme fuerzas para andar entre infieles, de que doy gracias a Dios Nuestro Señor muchas, y a vosotros, carísimos Hermanos míos (15 de enero de 1544).

Todo el tiempo de sus misiones, no cesará Javier de implorar de modo parecido las oraciones de sus hermanos: él se encuentra "sin fuerza espiritual alguna" (27 de enero de 1545), se tiene al propio tiempo por un "triste pecador", gime en la prueba (16 de diciembre de 1545), conoce la necesidad que tiene de la ayuda espiritual de sus hermanos (10 de mayor de 1546), evoca el contraste existente "entre los grandes pecados que hemos cometido, y el instrumento escogido por el Señor" (22 de octubre de 1548).  Llegado al Japón, progresa sin cesar en el conocimiento de su miseria:

Pensábamos nosotros hacerle algún servicio en venir a estas partes a acrecentar su santa fe, y agora por su bondad dionos claramente a conocer y sentir la merced que nos tiene hecha, tan inmensa, en traernos a Japón, librándonos del amor de muchas criaturas que nos impedían tener mayor fe, esperanza y confianza en Él (5 de noviembre de 1949).

Cuando regresa después de más de dos años de dura misión, declara a su padre Ignacio que ha descubierto en sí miserias que aún no conocía (27 de enero de 1552). Sus últimas palabras pronunciadas en el peñón de Sancián proclaman finalmente que debe ser cosa bien vil para que Dios se sirva de él a fn de confundir al demonio (13 de noviembre de 1552).

Por lo que hace a Francisco, hay ciertamente durante la vida apostólica una penetración más profunda en el conocimiento de la miseria personal. ¡Esto no le impide la visión clara del mundo real! Todo lo contrario. Véase el ideal que propone a los jesuitas de Goa:

Vivo muy consolado en me parecer que tantas cosas interiores de reprender veréis siempre en vosotros, que vendréis en un grande aborrecimiento de todo amor propio y desordenado; y juntamente en tanta perfección, que el mundo no hallará con razón qué reprender en vosotros; y de esta manera sus alabanzas os serán una cruz trabajosa en las oír, viendo claramente vuestras faltas en ellos.

En tanto que los que ven humanamente las cosas admiran cada vez más al apóstol en acción, desciende éste sin cesar a mayores profundidades en el abismo del pecado que reconoce en sí, pero es para fundar sobre esa base una confianza tanto más pujante cuanto que brota de más hondo. Entonces, ciertamente, a sus ojos todo es gracia.