lunes, 20 de febrero de 2012

Libro: San Francisco Javier, itinerario místico del apóstol - Sentimiento de la propia miseria

Del libro San Francisco Javier: itinerario místico del apóstol del Padre Xavier León-Dufour S.J., la primera parte (Su despertar a la confianza), sección 4 (En el secreto de la noche), transcribimos el texto que nos interesa, el contenido de: "Sentimiento de la propia miseria".  En este libro el autor esboza la vida de San Francisco Javier, a partir de sus cartas y las de sus hermanos de la Compañía.  

Xavier León-Dufour, S.J.
Francia (1912-2007)

Eminente teólogo y biblista, el Padre Léon-Dufour es el autor de más de 20 libros y numerosos artículos. Su Diccionario de Teología Bíblica ha sido traducido a 22 lenguas. También su autobiografía – Un biblista busca a Dios- fue grandemente apreciada y difundida.





Sentimiento de la propia miseria

Contemplación y vigilancia convergen, pues, hacia la humildad, fruto espontáneo del conocimiento de Dios y de sí mismo: Noverim Te, noverim me! Al sentiemiento de la nada de la criatura se agrega el de la miseria del pecado. Al comprobar el apóstol los obstáculos que sin interrupción pone de su parte a la manifestación del Señor, comprende que él es, sí, una epifanía de Cristo; pero una epifanía continuamente velada por su pecado.

Parece útil, antes de describir cómo fue puesta a prueba la confianza de Javier y precisamente para iluminar su trayectoria, agrupar los principales textos que ponen de manifiesto en él una continua profundización en el sentimiento de la propia miseria. 

En una de sus primeras cartas, dirigida a su primo el doctor Navarro se lee ya una confesión clara:

Y conosciendo mi flaqueza, y esto por la bondad divina, cuán inútil soy para todo; después de haber tenido algún conocimiento de mí, o a lo menos una sombra de él, procuraré poner toda mi esperanza y confianza en Dios, viendo que yo a ninguno doy la debida recompensa; y esto me consuela grandemente, que Dios es poderoso para dar por mí al alma de v. merced y a otras semejantes, grandísima remuneración y premio (28 de setiembre de 1540).

La humildad es el fundamento de la confianza apostólica. Es importante notar que semejante sentimiento no tiene nada que ver con la melancolía que se manifiesta, por ejemplo, en las cartas de Lancillotto. Éste es un hombre que está siempre gimiendo por las limitaciones suyas y ajenas y se encuentra atormentado por los escrúpulos; esta tendencia no agrada en modo alguno a Ignacio, quien le responde por su secretario: "¡Que la unción del Espíritu Santo os enseñe en toda cosa!". Las vacilaciones, la ansiedad misma, no están prohibidas, pero todas ellas han de quedar apaciguadas en la oración al contacto con el Espíritu Santo. 

Notemos, en descargo de Lancillotto, que trabajaba con ardor, a pesar de la tisis que había hecho presa en él. Sólo que sus lamentaciones tienen el dejo de su temperamento atrabiliario. Javier en cambio no tenía ese temperamento: sus protestas de humildad y miseria han de tomarse en serio.

Mientras está invernando en Mozambique escribe:

Por amor de Nuestro Señor os rogamos todos que en vuestras oraciones y en vuestros sacrificios tengáis especial memoria de rogar a Dios por nosotros, pues nos conoscéis y sabéis de cuán bajo metal somos.

Insiste todavía, mostrando claramente la experiencia que tiene de su propia miseria:

Una de las cosas que nos da mucha consolación y esperanza muy crecida, que Dios Nuestro Señor nos ha de hacer merced, es un eterno conoscimiento que de nosotros tenemos, que todas las cosas necesarias para un oficio de manifestar la fe de Jesucristo, vemos que nos faltan; y siendo así que lo que hacemos sólo es por servir a Dios Nuestro Señor, créscenos siempre esperanza y confianza, que Dios Nuestro Señor para su servicio y gloria nos ha de dar abundantísimamente en su tiempo todo lo necesario. (1 enero de 1542).

El Señor actúa en el apóstol que reconoce plenamente que todo bien procede de Dios. Francisco lo repite algunos meses más tarde:

Placerá a Dios Nuestro Señor que con el favor y ayuda de vuestras devotas oraciones, no mirando Dios N.S. a mis infinitos pecados, que me ha de dar su santísima gracia para que acá en estas partes mucho le sirva.

Después de haber recordado las fatigas y los goces de su apostolado y de haber pedido consejo sobre la conducta que ha de seguir, termina con una súplica que brota de lo más hondo del abismo de su nada:

En este medio, por los méritos de la santa Madre Iglesia, en quien yo mi esperanza tengo, cuyos miembros vivos vosotros sois, confío en Cristo Nuestro Señor que me ha de oír y conceder esta gracia, que use deste inútil instrumento mío, para plantar su fe entre gentiles; porque sirviéndose su Majestad de mí, gran confusión sería para los que son para mucho y acrecetamiento de fuerzas para los que son pusilánimes; y viendo que siendo yo polvo y ceniza, y aun esto de los más ruin, que presto para ser testigo de vista de la necesidad que acá hay de operarios, cuyo siervo perpetuo sería de todos aquellos que a estas partes quisieren venir, para trabajar en la amplísima viña del Señor (20 de septiembre de 1542).

El sentimiento de la propia miseria no hace al hombre replegarse sobre sí mismo; le hace más bien abrirse a otros y se transforma en demanda de ayuda: este sentimineto no paraliza las propias fuerzas, antes al contrario las centuplica con las de Dios y las de la Iglesia. Francisco, después de la Misión en la costa de la Pesquería, parece experimentar con mayor fuerza este sentimiento:

Háceme Dios tanta merced, por vuestras oraciones y memoria continua que de mi tenéis en encomendarme a Él, que en vuestra ausencia corporal conozco a Dios Nuestro Señor, por vuestro favor y ayuda, darme a sentir mi inifinita multitud de pecados y darme fuerzas para andar entre infieles, de que doy gracias a Dios Nuestro Señor muchas, y a vosotros, carísimos Hermanos míos (15 de enero de 1544).

Todo el tiempo de sus misiones, no cesará Javier de implorar de modo parecido las oraciones de sus hermanos: él se encuentra "sin fuerza espiritual alguna" (27 de enero de 1545), se tiene al propio tiempo por un "triste pecador", gime en la prueba (16 de diciembre de 1545), conoce la necesidad que tiene de la ayuda espiritual de sus hermanos (10 de mayor de 1546), evoca el contraste existente "entre los grandes pecados que hemos cometido, y el instrumento escogido por el Señor" (22 de octubre de 1548).  Llegado al Japón, progresa sin cesar en el conocimiento de su miseria:

Pensábamos nosotros hacerle algún servicio en venir a estas partes a acrecentar su santa fe, y agora por su bondad dionos claramente a conocer y sentir la merced que nos tiene hecha, tan inmensa, en traernos a Japón, librándonos del amor de muchas criaturas que nos impedían tener mayor fe, esperanza y confianza en Él (5 de noviembre de 1949).

Cuando regresa después de más de dos años de dura misión, declara a su padre Ignacio que ha descubierto en sí miserias que aún no conocía (27 de enero de 1552). Sus últimas palabras pronunciadas en el peñón de Sancián proclaman finalmente que debe ser cosa bien vil para que Dios se sirva de él a fn de confundir al demonio (13 de noviembre de 1552).

Por lo que hace a Francisco, hay ciertamente durante la vida apostólica una penetración más profunda en el conocimiento de la miseria personal. ¡Esto no le impide la visión clara del mundo real! Todo lo contrario. Véase el ideal que propone a los jesuitas de Goa:

Vivo muy consolado en me parecer que tantas cosas interiores de reprender veréis siempre en vosotros, que vendréis en un grande aborrecimiento de todo amor propio y desordenado; y juntamente en tanta perfección, que el mundo no hallará con razón qué reprender en vosotros; y de esta manera sus alabanzas os serán una cruz trabajosa en las oír, viendo claramente vuestras faltas en ellos.

En tanto que los que ven humanamente las cosas admiran cada vez más al apóstol en acción, desciende éste sin cesar a mayores profundidades en el abismo del pecado que reconoce en sí, pero es para fundar sobre esa base una confianza tanto más pujante cuanto que brota de más hondo. Entonces, ciertamente, a sus ojos todo es gracia.