martes, 1 de febrero de 2011

Libro: Camino, Conocimiento propio

Dichos del libro "Camino" de San José María Escrivá de Balaguer.  Se transcriben los textos que están indexados bajo el título "conocimiento propio" y "humildad y conocimiento propio". Escrivá de Balaguer, JM. 2008. Camino. 4ta edición, Promesa, San José, Costa Rica. 390 p.

San José María Escrivá de Balaguer

Josemaría Escrivá de Balaguer nació en Barbastro (Huesca, España) el 9 de enero de 1902. Sus padres se llamaban José y Dolores. Tuvo cinco hermanos.   Recibe la ordenación sacerdotal el 28 de marzo de 1925 y comienza a ejercer el ministerio primero en una parroquia rural y luego en Zaragoza.   En 1927 se traslada a Madrid, con permiso de su obispo, para obtener el doctorado en Derecho.   En Madrid, el 2 de octubre de 1928, Dios le hace ver lo que espera de él, y funda el Opus Dei.  Fallece en Roma el 26 de junio de 1975.   El 17 de mayo de 1992, Juan Pablo II beatifica a Josemaría Escrivá de Balaguer. Lo proclama santo diez años después, el 6 de octubre de 2002.


4.  No digas: "Es mi genio así..., son cosas de mi carácter". Son cosas de tu falta de carácter: Sé varón -"esto es vir".

18. Te empeñas en ser mundano, frívolo y atolondrado porque eres cobarde. ¿Qué es, sino cobardía, ese no querer enfrentarte contigo mismo?

45.  ¿Por qué te duelen esas equivocadas suposiciones que de ti comentan?  -Más lejos llegarías, si dios te dejara.  -Persevera en el bien, y encógete de hombros.

50. Eres curioso y preguntón, oliscón y ventanero: ¿no te da vergüenza ser, hasta en los defectos, tan poco masculino? -Sé varón: y esos deseos de saber de los demás trócalos en deseos y realidades de propio conocimiento.

59. Conviene que conozcas esta doctrina segura: el espíritu propio es mal consejero, mal piloto, para dirigir el alma en las borrascas y tempestades, entre los escollos de la vida interior.

Por eso es Voluntad de Dios que la dirección de la nave la lleve un Maestro, para que, con su luz y conocimiento, nos conduzca a puerto seguro.

63. Tú -piensas- tienes mucha personalidad: tus estudios -tus trabajos de investigación, tus publicaciones-, tu posición social -tus apellidos-, tus actuaciones políticas -los cargos que ocupas-, tu patrimonio..., tu edad, ¡ya no eres un niño!...

Precisamente por todo eso necesitas más que otros un Director para tu alma.

65. ¿Por qué ese reparo de verte tú mismo y de hacerte ver por tu Director tal como en realidad eres?

Habrás ganado una batalla si pierdes el miedo a darte a conocer.

207. Agradece, como un favor muy especial, ese santo aborrecimiento que sientes de ti mismo.

225. Tu mayor enemigo eres tú mismo.

283. Distraerte. -¡Necesitas distraerte!..., abriendo mucho tus ojos para que entren bien las imágenes de las cosas, o cerrándolos casi, por exigencia de tu miopía...

¡Ciérralos del todo!: ten vida interior, y verás, con color y relieve insospechados, las maravillas de un mundo mejor, de un mundo nuevo; y tratarás a Dios..., y conocerás tu miseria..., y te endiosarás... con un endiosamiento que, al acercarte a tu Padre, te hará más hermano de tus hermanos los hombres.

473. Echa lejos de ti esa desesperanza que te produce el conocimiento de tu miseria. -Es verdad: por tu prestigio económico, eres un cero..., por tu prestigio social, otro cero..., y otro por tus virtudes, y otro por tu talento...

Pero, a la izquierda de esas negaciones, está Cristo... Y ¡qué cifra inconmesurable resulta!

589.  Cuando percibas los aplausos del triunfo, que suenen también en tus oídos las risas que provocaste con tus fracasos.

591. Cuando más me exalten, Jesús mío, humíllame más en mi corazón, haciéndome saber lo que he sido y lo que seré, si tú me dejas.

593. Cuando te veas como eres, ha de parecerte natural que te desprecien.

595. Si te conocieras, te gozarías en el desprecio, y lloraría tu corazón ante la exhaltación y la alabanza.

597.  Si obraras conforme a los impulsos que sientes en tu corazón y a los que la razón te dicta, estarías de continuo con la boca en tierra, en postración, como un gusano sucio, feo y despreciable... delante de ¡ese Dios!, que tanto te va aguantando.

600. ¿Tú..., soberbia?  -¿De qué?

608. No es falta de humildad que conozcas el adelanto de tu alma. -Así lo puedes agradecer a Dios.

609. El propio conocimiento nos lleva como de la mano a la humildad.

686. Conforme: aquella persona ha sido mala contigo. -Pero, ¿no has sido tú peor con Dios?

690. Cuando venga el sufrimiento, el desprecio..., la Cruz, has de considerar: ¿qué es esto para lo que yo merezco?

698. ¿Te riñen? -No te enfades, como te aconseja tu soberbia. -Piensa: ¡qué caridad tienen conmigo! ¡Lo que se habrán callado!

729. ¡Oh, Dios mío: cada día estoy menos seguro de mí y más seguro de Tí!

731.  Espéralo todo de Jesús: tú no tienes nada, no vales nada, no puedes nada. -Él obrará, si en Él te abandonas.

780.  "Deo omnis gloria".  -Para Dios toda gloria.  -Es una confesión categórica de nuestra nada.  Él, Jesús, lo es todo.  Nosotros, sin Él, nada valemos: nada.

Nuestra vanagloria sería eso: gloria vana; sería un robo sacrílego; el "yo" no debe aparecer en ninguna parte.

882.  Cuando quieres hacer las cosas bien, muy bien, resulta que las haces peor.  -Humíllate delante de Jesús, diciéndole: ¿has visto cómo todo lo hago mal?  -Pues, si no me ayudas mucho, ¡aún lo haré peor!

Ten compasión de tu niño; miara que quiero escribir cada día una gran plana en el libro de mi vida... Pero, ¡soy tan rudo!, que si el Maestro no me lleva la mano, en lugar de palotes esbeltos salen de mi pluma cosas retorcidas y borrones que no pueden enseñarse a nadie.

Desde ahora, Jesús escribiremos siempre entre los dos.

883.  Reconozco mi torpeza, Amor mío, que es tanta... tanta, que hasta cuando quiero acariciar hago daño.  -Suaviza las maneras de mi alma: dame, quiero que me des, dentro de la recia virilidad de la vida de infancia, esa delicadeza y mimo que los niños tienen para tratar, con íntima efusión de Amor, a sus padres.

884.  Estás lleno de miserias.  -Cada día las ves más claras.  -Pero no te asusten.  -Él sabe bien que no puedes dar más fruto.

Tus caídas involuntarias -caídas de niño- hacen que tu Padre - Dios tenga más cuidado y que tu Madre María no te suelte de su mano amorosa: aprovéchate, y, al cogerte el Señor a diario del suelo, abrázale con todas tus fuerzas y pon tu cabeza miserable sobre su pecho abierto, para que acaben de enloquecerte los latidos de su Corazón amabilísimo.

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